19.4.10

Dos ediciones de "El Moto"

El Moto inicia ya con firme calidad estética
el género realista costarricense.
Alfonso Reyes (1)


Quizás la pieza literaria más destacada de don Joaquín es, como muchos sabrán, “El Moto”, novela corta de inspiración perediana (2) publicada en 1900. Esta obra de gran importancia en la historia de las letras costarricenses (aunque a menudo subestimada o mal leída por cierta crítica) ha conocido varias reediciones, ha sido objeto de numerosos estudios, ha formado parte del programa de educación secundaria (no sé si actualmente sea aún el caso) e incluso fue llevada a la pantalla chica. Sin embargo, es preciso señalar que todo ello no ha bastado para darle el justo lugar que se merece entre las obras vivas, y no en la vitrina de las curiosidades literarias o de los mausoleos incensados.

Un relato de las circunstancias que rodearon su primera edición se lo debemos a Francisco María Núñez, quien lo publicó en las páginas del Diario de Costa Rica el 26 de octubre de 1952 (3). Como esos párrafos tienen mucho que ver con el tema de esta entrada, nos parece oportuno transcribirlos a partir de la cita que de ellos hace mi padre, el Dr. Eugenio García Carrillo, en su libro “El hombre del Repertorio Americano” (pág.31):
“A fines del siglo pasado, cuando don Joaquín García Monge apenas alcanzaba los diecinueve años y terminaba sus estudios en el Liceo de Costa Rica, escribió su primera novela, El Moto.

Vino un día de Desamparados, con su manuscrito bajo el brazo, y lo puso en manos de su ex-profesor don Carlos Gagini. Este lo leyó y le dio su opinión favorable.

-Comienza bien, hay que publicarla

Muy ufano se fue García Monge en busca de doña María v. de Lines, propietaria de la Librería Española, entonces, y también de una empresa tipográfica. Le habló de su novela y ella, que ya sabía de la tragedia del libro nacional, le pidió tres días para examinar el manuscrito.

Doña María tenía sus asesores: Soto Hall entre otros. La respuesta fue: -Vea, joven, en el estante vecino está amontonada la novela Chamarasca de Gagini. Si no se vende el libro del maestro, ¿Cómo podremos vender el del discípulo? Amoscado salió el novel publicista y recordó que su amigo Billo Zeledón trabajaba como secretario de la Imprenta a Vapor de Greñas. Allá se dirigió a contarle su pena. Billo siempre fue amigo de dar la mano.

-No se desespere. Ya veremos que dice Greñas- fue su respuesta.

Por ciento veinte y cinco pesos de entonces, se cerró el trato. Prontito estaban a la venta en las librerías de Canalías, de Pujol y Montero los tomitos. Y se agotó la edición.

García Monge pagó el valor total y le quedó un saldito para comprarse un vestido donde Robert”.


En otro libro, esta vez de don Fernando Herrera: “García Monge, plenitud del escritor” se habla de otras dos versiones de lo acontecido, pero la versión que resulta más convincente a los ojos de don Fernando es la que hemos transcrito de Núñez, esto en virtud de que el mismo don Joaquín, en una carta que le dirige a Billo Zeledón en 1944, acota lo siguiente: “He recordado en estos días la primera edición del Moto y el pagaré que juntos firmamos” (García Monge, Plenitud del escritor, pág.30).



Las imágenes que he incluido en esta entrada corresponden a los ejemplares que guardó don Joaquín de las primeras dos ediciones (la de 1900 y la de 1901). Como se puede apreciar en la cubierta de la primera, ésta incluye entre paréntesis el seudónimo que don Joaquín había utilizado entre los años 1898 y 1899 para firmar varios escritos aparecidos en la prensa nacional: “El lugareño”. Sin embargo, a partir de la segunda edición se elimina esa mención, que según don Fernando tuvo un propósito comercial, ya que los posibles compradores de la obra podrían identificar más fácilmente a su autor con aquel que ya se había dado a conocer gracias a sus textos en la prensa (esto no lo dice exactamente así, pero a mi modo de ver se colige bastante claramente de sus palabras… espero no hacer una interpretación demasiado extensiva de ellas).

Otro aspecto que señala don Fernando, es la inclusión de la frase “Costumbres costarricenses” (también con un propósito comercial) y que en su opinión contribuyó a forjar un persistente malentendido con respecto a la obra al otorgarle una filiación costumbrista, cuando más bien se trataba de una novela de carácter realista, con acentos críticos mucho más profundos que el simple costumbrismo folclorista que tantas veces se le ha endilgado. Su carácter realista la convirtió propiamente en una obra fundadora, que anunció el rumbo que tomaría, en el trascurso del siglo XX, el grueso de la mejor literatura nacional.


También llama la atención que don Joaquín haya escrito en la anteportada de la primera edición (por debajo de su rúbrica) una indicación temporal bastante precisa: "marzo de 1900". Como en el texto impreso no se especifica la fecha exacta del tiraje (ni tampoco el número de ejemplares, ni sello editorial alguno), podríamos asumir que se realizó ese mes. Esto a pesar de que el prólogo de la edición de 1901, escrito por Carlos Gagini y firmado en “Guadalupe, el 27 de febrero de 1900”, sugeriría más bien que la publicación es del segundo mes. Una nota entre paréntesis aclara que se trató de un artículo aparecido en la Prensa Libre. Lo que no se dice es cuándo, por lo que no se puede concluir, con base en ese único dato, que la fecha en que fue rubricado sea la misma en que fue publicado. Además, si damos crédito al relato de Núñez, hay que tener presente que Gagini leyó el manuscrito antes de ser pasado a la imprenta inicialmente y eso explicaría que haya podido escribir un artículo crítico antes de su publicación.

A pesar de todo, don Fernando Herrera, teniendo en cuenta la fecha de dicho artículo, ubica a febrero como mes probable de publicación. Tal vez esté en lo cierto, pero nosotros, al no tener a mano la fuente periodística (es decir, el ejemplar de la Prensa Libre de aquel 27 de febrero), no hemos podido confirmar que ese día apareciera, efectivamente, el escrito de Gagini. De lo que sí hay certeza es del lugar y mes de conclusión de la obra, porque figura en el propio texto a modo de cierre: “Desamparados, enero de 1900”. Y aquí nos llama la atención el poquísimo tiempo transcurrido entre la escritura y su publicación. Y lo mismo podríamos decir del breve lapso entre la primera y segunda edición: apenas un año. Como que las cosas eran muy ágiles en aquellos días o bien que don Joaquín demostraba un carácter muy inquieto.


Estas primeras ediciones sirvieron a don Joaquín para ensayar algunas variaciones al texto original. Según mi padre la más importante de ellas viene en el último párrafo (“Cosas de don Joaquín”, pág.75), aunque don Fernando Herrera duda de esa afirmación y considera que pudieron haber habido otras, pero sin decir exactamente cuáles. La modificación a la que alude mi padre, si bien es pequeña, resulta significativa y dice así: “y el son melancólico y reposado de las campanas parecían responder al último ¡adiós! del Moto…” (Según fue interpretado por él, aunque el texto manuscrito no sea muy claro). Ésta modificación, sin embargo, no fue plasmada en la segunda edición de 1901, la cual quedó igual que la primera. Siempre disconforme, don Joaquín escribe en su ejemplar de la segunda edición nuevas anotaciones que tampoco serán definitivas: “Y la campana en sus toques del Angelus…”.

Estas reformulaciones sucesivas que pueden parecer puramente formales, tendrían, en opinión de mi padre, un hondo significado psicológico que tiene que ver con los temas de la celebración y la libertad, según lo explica con bastante detalle en su libro “Cosas de don Joaquín”. Remitimos a sus páginas para quienes quieran abundar en esos aspectos que no son el objeto de esta entrada. Aquí solamente nos limitaremos a señalar que su punto de vista fue también avalado por doña Victoria Garrón de Doryan en la presentación del libro “Joaquín García Monge” (Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, San José, 1971).

No fue sino hasta 1959, cuando apareció la tercera edición dirigida por don Luis Ferrero y con presentación de Alfonso Reyes(4), que la novela cristalizó en una versión definitiva. Lamentablemente, don Joaquín jamás llegó a verla publicada de ese modo, puesto que murió en 1958, aunque todo indica que la había dejado aprobada con bastante anterioridad… Al menos así se puede interpretar de una carta que él le dirige a Ferrero en 1953 y que se cita en el libro de Herrera (pág. 33): “No eche en olvido las correcciones de mi Moto. Usted interpreta mis deseos. Haga la edición como le dije, etc.”. En la última versión, las modificaciones del párrafo final quedaron así: “Y las campanas con sus toques parecían responder al último ¡adiós! del Moto…”. Por el resto, don Joaquín cambió simplemente una serie de términos de influencia perediana por sus correspondientes costarriqueñismos. El propio Ferrero escribe en la nota preliminar a la tercera edición: “En general, modificó lo indispensable, pues él jamás puso mucho empeño en pulir y repulir y porque dispuso que esas pocas correcciones no llegaran a desvirtuar su obra de adolescente”.


No quisiéramos cerrar esta entrada sin alabar la hermosa tipografía modernista que fue utilizada en el título del segundo tiraje. Esta edición, hecha por la imprenta de Padrón y Pujol, era muy del agrado de don Joaquín (al menos desde un punto de vista formal) porque sobre ella le escribió a Francisco María Núñez lo siguiente: “la presentación muy bien, pero como no podía corregirla a la distancia los costarriqueñismos aparecieron desfigurados”. Según don Fernando Herrera la publicación vio la luz cuando don Joaquín estudiaba en Santiago de Chile (de ahí que hable de “la distancia” supongo yo). Por otra parte, según mi padre, la publicación fue hecha en Barcelona. Esto me llama la atención y me deja con la duda, porque la portada de esa segunda edición claramente indica “San José”. Pero aún si fuera tal como él dice, entonces quizás la distancia a la que se refiere don Joaquín es la que hay entre San José y Barcelona, aunque bien pudiera ser también la que hay entre ésta última ciudad y Santiago. En definitiva, no he encontrado aún la fuente de tales certezas referidas al lugar y fecha de publicación de la segunda edición.

Como se ve, la frase "Costumbres costarricenses" fue suplantada por: "Novela costarricense". Sin embargo, en una edición de 1969 que conservamos y que fue dirigida por mi padre, la frase "Costumbres costarricenses" vuelve a figurar, pero no en la cubierta o la portada, sino en la primera página, después del título.

Otro aspecto sobre el que me queda duda es que el señor Herrera diga en su libro (pág. 51) que en la anteportada de la primera edición aparece claramente la dirección de la imprenta de Greñas (“150 varas al Norte del Telégrafo”). Y es que en el ejemplar que fue de don Joaquín no aparece tal mención. ¿Será que le faltan páginas? Es posible, porque el tomito no está en muy buen estado y aparece descocido, aunque en apariencia esté completo.

Una pregunta que podría surgir en la cabeza del lector es la de si existe algún manuscrito de El Moto. Sería interesante, pero la respuesta que podemos dar, por el momento, es desgraciadamente negativa. Las únicas partes manuscritas que subsisten y de las que tenemos conocimiento, son las cortas anotaciones a las que nos hemos referido y otras aún menores dispersas en otras páginas.
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1-Extracto de la presentación a la tercera edición de El Moto. 1959. Aunque no todo el mundo está de acuerdo con esta afirmación, así por ejemplo el Dr. Salvador Aguado dice en un texto que ha acompañado ediciones más recientes de la novela (nosotros consultamos la de 1969): “¿Es realista esta obra? No. No reproduce la realidad. Salvo que se entienda por realismo la absorción de la realidad”.

2-Referido al novelista español José María de Pereda, a quien don Joaquín admiró.

3-Núñez fue también quien realizó la última entrevista a don Joaquín, apenas cinco días antes de su muerte. La misma fue publicada en el
Diario de Costa Rica y luego recogida en su libro “Desamparados. Tierra nutricia”.

4-En realidad se trata de una situación inaudita porque hay dos ediciones de igual fecha y contenido, hechas por la misma imprenta, pero realizadas bajo diferente sello editorial: Una es del Ministerio de Educación Pública y otra de la
Editorial Don Quijote (proyecto editorial de Ferrero fomentado por don Joaquín). Ambas incluyen una nota del editor, la presentación de Reyes, un texto de Abelardo Bonilla sobre don Joaquín y están bellamente ilustradas por Juan Manuel Sánchez. Esta extraña duplicidad podría obedecer a un cálculo de Ferrero, porque según explicó mi padre a Herrera (quien le hizo la consulta) “Ferrero trabajaba en el Ministerio de Educación y como sabía de la edición Salvadoreña manejada por Trigueros de León, quiso adelantarse con su propia edición pensando en continuar con otras obras de García Monge”. Ciertamente Ferrero tenía en mente un vasto proyecto editorial que lamentablemente quedó trunco hasta ahora, porque en la anteportada se incluye la siguiente mención: “Obras Completas de Joaquín García Monge”. Pero la idea iba incluso un poco más allá: A la reedición de El Moto debía seguir la edición de un libro que recogería una serie de escritos en torno a esa novela, tomo para el cual Ferrero ya hasta había pensado en un nombre: “Suplementos a las Obras Completas de Joaquín García Monge. Documentos de Trabajo Nº1”.

La edición salvadoreña a la que alude mi padre salió también en 1959, pero bajo el título “
Tres Novelas” e incluye, además de El Moto, otras dos obras de don Joaquín: “Hijas del Campo” y “Abnegación”.

9.4.10

Una placa para Yolanda Oreamuno


A veces pienso que nuestro país vive un tipo grave de esquizofrenia rematada con una terrible amnesia (a no ser que una cosa sea consecuencia de la otra). Por un lado nuestros gobiernos y sectores bien pensantes tienen grandes momentos de inspiración que los llevan a invertir en costosísimos proyectos artísticos y culturales, pero por otro nos olvidamos de ponerle al menos una placa a la tumba de la que ha sido, sin duda, la más destaca escritora que ha tenido nuestro país, me refiero a Yolanda Oreamuno. El caso lo investigó hace ya algún tiempo el blog amigo Miasfera. Como consecuencia de esa constatación, dicho blog inició una pequeña campaña entre algunos admiradores de Yolanda con el propósito de recaudar fondos para mandar a elaborar y colocar una modesta placa. Desgraciadamente, luego de varias semanas de esfuerzo no ha sido posible completar la suma necesaria para ese efecto (unos cien mil colones). Desde acá nos sumamos a la iniciativa y hacemos un llamado por si alguien quiere apuntarse a colaborar. En ese caso sería bueno que se pusieran directamente en contacto con Juan Pablo Morales, autor del referido blog.

Por lo demás, las dos imágenes que presento aquí no sé si sean muy conocidas. Tengo la impresión de que no, pero no podría asegurarlo. El retrato que encabeza esta entrada es la digitalización de una foto original de una pintura de Gonzalo Morales, foto que conservaba mi padre entre sus papeles junto con otros documentos referidos a Yolanda y que podría datar de los años 70. De acuerdo a un pequeño texto adjunto a la fotografía, éste óleo pertenece a la colección particular de Iris Echevarría, pero eso era en aquella época y no sé si esa sigue siendo la situación de la obra actualmente.

Por otra parte, la siguiente imagen es la reproducción de un desnudo de Yolanda ejecutado por la acuarelista Margarita Bertheau (igualmente presente entre los papeles de mi padre, pero no como fotografía original, sino como simple recorte de alguna revista). Ignoro en qué manos se encuentra ahora esa obra. Hay que destacar que tanto Morales como Bertheau retrataron en varias ocasiones a la escritora y en mi opinión lo hicieron con maestría.


Actualización del 17 de agosto del 2010: Según supe por un estimable cometarista, el desnudo se encontraba hasta hace muy poco en la casa de Vera Tinoco, quien fue gran amiga de Yolanda y murió a principios de año. Esto me fue confirmado la semana pasada por otras personas cercanas a esa familia.

Actualización al 18 de agosto del 2010: Al parecer, según me han dicho en los comentarios, hay razones para pensar que este desnudo no representa en realidad a Yolanda, sino a otra mujer que quiso mantener su identidad protegida, y se dijo que era de Yolanda como una suerte de escudo. Solo me pregunto si eso se hizo con su consentimiento o si se instrumentalizó su nombre de algún modo, quizás en ausencia de ella.