La locura campesina (primera parte)
En el anterior post -y ya antiguo también- , hablé de un ameno texto de mi padre que encontré por casualidad revisando las páginas del Repertorio Americano (tomo 43, Nº 15, 30 de agosto de 1941). Mi padre solía de tiempo en tiempo publicar algún articulito en la revista de Don Joaquín y yo pretendo aquí salvar ocasionalmente del olvido algunos de sus viejos escritos. Lo hago en parte por nostalgia y homenaje hacia él y en parte porque son textos que tienen un auténtico valor desde diferentes puntos de vista. Comienzo por el que encontré por azar llamado "La locura campesina". Debido a su extensión lo dividiré en dos partes. Va, pues, la primera.
La locura campesina
Por el Dr. Eugenio García Carrillo
En estas mismas columnas, hace algún tiempo (Rep. Amer. XXXVI: 45,12 de noviembre 1938), presentamos un cuadro del campesino, pobre y enfermo, que llega a las puertas de nuestros hospitales en busca de alivio. Tal página llamó la atención, quizás por ser posiblemente la primera vez en las letras costarricenses, que un médico se extendía sobre las expresiones folklóricas en la enfermedad. También emocionó, y la dedicada maestra guanacasteca, Señora María L. de Noguera, nos dio una escena teatral para representar en escuelas y que llamó “Las recetas” (Rep. Amer. XXXVII: 357, 5 de octubre 1940). Recogía en ella ciertas expresiones del decir popular de su provincia. Sírvanos esta introducción de pretexto para reincidir.
En Nuestro Pueblo ante la Enfermedad (*) decíamos que en el Hospital las manifestaciones nerviosas de la enfermedad no eran muy frecuentes, y con razón, pues hay en Costa Rica una institución especializada en el asilo y tratamiento de los trastornados; es el Hospital Nacional de Insanos, corrientemente conocido como Asilo Chapuí, hoy bajo la dirección de reputado doctor R. Chacón Paut, secundado por jóvenes psiquiatras de valer. A él y a ellos nuestro eterno agradecimiento por habernos abierto el acceso a la documentación sobre el campesino loco. En “La casa de las Palmeras”, como popularmente se llama nuestro Asilo aludiendo las majestuosas plantas que adornan la entrada, numerosos enfermos de la mente se aíslan temporalmente del mundo y recobran con frecuencia la lucidez; otros caen progresivamente en la desintegración mental y física que los conduce al reposo definitivo.
También recoge el Asilo transitoriamente, jóvenes delincuentes dados a fumar marihuana o al alcoholismo crónico, los vicios más baratos. Rara vez se transforma el Asilo en lugar de reclusión perpetua de algún criminal demente. No en todos los casos es posible recoger expresiones fácilmente comprensibles de boca del paciente; en efecto, muchos pasan el tiempo casi en completo mutismo, sumergidos en su mundo interior o atentos a trágicas alucinaciones. Otros quizás sólo vegetan, no habiéndose desarrollado su mente al contacto de la enseñanza, pues fueron “rudos” en las aulas escolares que pronto abandonaron para vivir del “jornal”.
No se observa en general, como a la entrada del Hospital, que los pacientes traigan recomendaciones de algún personaje local, pero cierto Jefe Político, enviaba una mujer porque padecía de “furor uterino” y se hacía insoportable en el pueblo. Algún viejo senil lo trae la policía acusado de exhibiciones deshonestas en la vía pública. Un padre puede introducir así a su hijo: “Lo traigo porque las babosadas que dice son burradas”. Algunos entran sumamente excitados, con “esposas” o “mecates” sujetándoles los brazos. Es muy raro que aquel que se “hace loco” únicamente con el fin de conseguir techo y comida.
Un enfermo decía así: “Yo lo que cobro es la sangre porque la sangre vale oro y hay enfermedades intérnicas porque están entre carne y hueso y otras iprovénicas que están en las orejas. El Presidente es como un chiquito embarrado de ayote”. Etc., etc. Con semejantes discursos cualquiera hace un diagnóstico de “chifladura”. El pueblo dice “estar ido del sentido” o “distraído del pensamiento”; también “tener los nervios regaos en la sangre”. Otros pacientes “ateperetadamente” encajan una sentencia sobre otra sin mayor lógica en el conjunto de la frase o introduciendo curiosos neologismos en el lenguaje como “iprovénicas” o “intérnicas”, a veces guiados por lo que en apariencia es un sentido puramente eufónico (El simbolismo de la frase anterior se vislumbra considerando la separación relativa entre las afecciones médicas “internas” y las mentales, es decir, “entre las orejas” o “iprovénicas”, ¿porqué no?).
Sin embargo, no todos los dementes aceptan la locura. Uno de ellos se expresaba así: “El que haya dicho que yo soy loco será un grandísimo loquero, vividor de las hechicerías que existen en la humanidad”. Cuando dicen estar “débil del celebro” o “atarantado de la cabeza”, generalmente lo justifican no ya por el “frío o pasmo” de otras enfermedades, si no por influencias exteriores atribuidas a “maleficios” o “friegas de las brujas”. Los más modernos sienten que los “maneja un magneto”, o tienen “un radio en la cabeza”.
La influencia de poderes misteriosos y ocultos se acepta universalmente. El “pisuicas”, y “las ánimas en pena” se reparten con las brujas los atributos de “hechicería”. El mecanismo mismo de tal influencia son se logra conocer; sin embargo se a atribuye “a polvos” o “cochinadas” introducidas en la comida, la puerta de entrada del mal. “No estoy loca”, decía una enferma, “pero a fuerza de venenos lo lograrán, y no como porque le echan vidrio molido (a la comida)”. Es muy conocida en nuestro pueblo y aún en las clases educadas, la cantárida. Los preparados farmacológicos obtenidos de este insecto producen sin embargo efectos tan tóxicos, y aún la muerte, que es dudoso que se utilicen realmente para influir sobre el erotismo o la fidelidad (?) de las presuntas víctimas.
Pulse aquí para la segunda parte
* Alude al texto escrito por mi padre en 1938 y que menciona en el primer párrafo.
La locura campesina
Por el Dr. Eugenio García Carrillo
En estas mismas columnas, hace algún tiempo (Rep. Amer. XXXVI: 45,12 de noviembre 1938), presentamos un cuadro del campesino, pobre y enfermo, que llega a las puertas de nuestros hospitales en busca de alivio. Tal página llamó la atención, quizás por ser posiblemente la primera vez en las letras costarricenses, que un médico se extendía sobre las expresiones folklóricas en la enfermedad. También emocionó, y la dedicada maestra guanacasteca, Señora María L. de Noguera, nos dio una escena teatral para representar en escuelas y que llamó “Las recetas” (Rep. Amer. XXXVII: 357, 5 de octubre 1940). Recogía en ella ciertas expresiones del decir popular de su provincia. Sírvanos esta introducción de pretexto para reincidir.
En Nuestro Pueblo ante la Enfermedad (*) decíamos que en el Hospital las manifestaciones nerviosas de la enfermedad no eran muy frecuentes, y con razón, pues hay en Costa Rica una institución especializada en el asilo y tratamiento de los trastornados; es el Hospital Nacional de Insanos, corrientemente conocido como Asilo Chapuí, hoy bajo la dirección de reputado doctor R. Chacón Paut, secundado por jóvenes psiquiatras de valer. A él y a ellos nuestro eterno agradecimiento por habernos abierto el acceso a la documentación sobre el campesino loco. En “La casa de las Palmeras”, como popularmente se llama nuestro Asilo aludiendo las majestuosas plantas que adornan la entrada, numerosos enfermos de la mente se aíslan temporalmente del mundo y recobran con frecuencia la lucidez; otros caen progresivamente en la desintegración mental y física que los conduce al reposo definitivo.
También recoge el Asilo transitoriamente, jóvenes delincuentes dados a fumar marihuana o al alcoholismo crónico, los vicios más baratos. Rara vez se transforma el Asilo en lugar de reclusión perpetua de algún criminal demente. No en todos los casos es posible recoger expresiones fácilmente comprensibles de boca del paciente; en efecto, muchos pasan el tiempo casi en completo mutismo, sumergidos en su mundo interior o atentos a trágicas alucinaciones. Otros quizás sólo vegetan, no habiéndose desarrollado su mente al contacto de la enseñanza, pues fueron “rudos” en las aulas escolares que pronto abandonaron para vivir del “jornal”.
No se observa en general, como a la entrada del Hospital, que los pacientes traigan recomendaciones de algún personaje local, pero cierto Jefe Político, enviaba una mujer porque padecía de “furor uterino” y se hacía insoportable en el pueblo. Algún viejo senil lo trae la policía acusado de exhibiciones deshonestas en la vía pública. Un padre puede introducir así a su hijo: “Lo traigo porque las babosadas que dice son burradas”. Algunos entran sumamente excitados, con “esposas” o “mecates” sujetándoles los brazos. Es muy raro que aquel que se “hace loco” únicamente con el fin de conseguir techo y comida.
Un enfermo decía así: “Yo lo que cobro es la sangre porque la sangre vale oro y hay enfermedades intérnicas porque están entre carne y hueso y otras iprovénicas que están en las orejas. El Presidente es como un chiquito embarrado de ayote”. Etc., etc. Con semejantes discursos cualquiera hace un diagnóstico de “chifladura”. El pueblo dice “estar ido del sentido” o “distraído del pensamiento”; también “tener los nervios regaos en la sangre”. Otros pacientes “ateperetadamente” encajan una sentencia sobre otra sin mayor lógica en el conjunto de la frase o introduciendo curiosos neologismos en el lenguaje como “iprovénicas” o “intérnicas”, a veces guiados por lo que en apariencia es un sentido puramente eufónico (El simbolismo de la frase anterior se vislumbra considerando la separación relativa entre las afecciones médicas “internas” y las mentales, es decir, “entre las orejas” o “iprovénicas”, ¿porqué no?).
Sin embargo, no todos los dementes aceptan la locura. Uno de ellos se expresaba así: “El que haya dicho que yo soy loco será un grandísimo loquero, vividor de las hechicerías que existen en la humanidad”. Cuando dicen estar “débil del celebro” o “atarantado de la cabeza”, generalmente lo justifican no ya por el “frío o pasmo” de otras enfermedades, si no por influencias exteriores atribuidas a “maleficios” o “friegas de las brujas”. Los más modernos sienten que los “maneja un magneto”, o tienen “un radio en la cabeza”.
La influencia de poderes misteriosos y ocultos se acepta universalmente. El “pisuicas”, y “las ánimas en pena” se reparten con las brujas los atributos de “hechicería”. El mecanismo mismo de tal influencia son se logra conocer; sin embargo se a atribuye “a polvos” o “cochinadas” introducidas en la comida, la puerta de entrada del mal. “No estoy loca”, decía una enferma, “pero a fuerza de venenos lo lograrán, y no como porque le echan vidrio molido (a la comida)”. Es muy conocida en nuestro pueblo y aún en las clases educadas, la cantárida. Los preparados farmacológicos obtenidos de este insecto producen sin embargo efectos tan tóxicos, y aún la muerte, que es dudoso que se utilicen realmente para influir sobre el erotismo o la fidelidad (?) de las presuntas víctimas.
Pulse aquí para la segunda parte
* Alude al texto escrito por mi padre en 1938 y que menciona en el primer párrafo.
2 comentarios:
"El Presidente es como un chiquito embarrado de ayote" jajajaja! Como me gustaría ser loca y hablar así todo el tiempo!!!!!!
Síi, es muy divertida esa frase... al parecer ahora son muchos los Presidente embarrados... pero no de ayote. Jaja.
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