Benemeritazgo de Don Joaquín
Mañana sábado 25 de octubre se celebrarán exactamente 50 años desde que Don Joaquín fue declarado Benemérito de la Patria por nuestra Asamblea Legislativa. Con esa declaratoria la nación finalmente trataba de saldar la enorme deuda que tenía con él por su luminoso trabajo de toda una vida y por las múltiples injusticias que con él se cometieron.
Precediendo el "por tanto" de la declaración de Benemérito en sí, el "considerando" del acto legislativo dice así:
1) "Que es deber de la Asamblea Legislativa en su carácter de poder representativo del pueblo y como depositaria de la soberanía nacional, tributar justo homenaje a los ciudadanos que han contribuido con su ejemplo y civismo a dignificarla;
2) Que un ejemplo de amor al servicio público lo encarna el Profesor don Joaquín García Monge, considerado como uno de los más grandes valores de la intelectualidad de América;
3) Que por su fecunda labor en los campos de la docencia nacional se ha distinguido como el que más en su misión;
4) Que en las páginas de las letras patrias el nombre del Maestro don Joaquín García Monge, a través del tiempo cobra cada día relieves más brillantes y gratitud más profunda en el alma nacional".
A pesar de que todas esas declaraciones son bellas y justas, pienso que el benemeritazgo a Don Joaquín le llegaba tarde, casi demasiado tarde. Por un lado muchos otros países antes que el nuestro lo habían condecorado con sus máximas distinciones -mientras que aquí solo se le aislaba y se le silenciaba- y por otro, fue un reconocimiento que llegó solamente seis días antes de su muerte y que ni siquiera pudo ir a recibir puesto que la ceremonia estaba programada para otro momento. Siempre he pensado y sentido que es un acto que deja cierto mal sabor, que está marcado por una opaca incomodidad y que carece del resplandor que se supone debería tener. No hay que olvidar que la votación en la Asamblea Legislativa no fue unánime. Hubo quienes pensaron y defendieron la tesis de que Don Joaquín no reunía los méritos suficientes, por ejemplo el abogado Fernando Volio (qué ironía del destino que fuera éste mismo personaje el llamado a ser uno de los tres firmantes del título de Benemérito de don Joaquín en su calidad de secretario ad hoc de la Asamblea). Definitivamente, los grandes hombres con el tiempo se hacen más grandes y los chicos se empequeñecen hasta finalmente desaparecer de las memorias o si no desaparecen, más bien se les recuerda por sus mezquindades y sus malos actos, es una ley de la vida. Por ello hoy don Joaquín es más grande que nunca, mientras que la historia se ha encargado de desdibujar lentamente a quienes tan duro lo criticaron en otras épocas.
Pues bien, es probable que mi padre sintiera en su momento lo mismo que yo con respecto al benemeritazgo de Don Joaquín (incluso con mayor intensidad) y tal vez por eso jamás llegó a enmarcar aquel histórico título que sencillamente enrolló para guardarlo en una caja de cartón dentro de un armario. Al tomar esa decisión pienso que él no podía prever que el papel del que estaba hecho el diploma, era un papel que con los años iría perdiendo flexibilidad y que irremediablemente estaba destinado a dañarse. Qué sorpresa el día que quise ver el pliego y al tratar de abrirlo me quedé con un pedazo en la mano. Fue la gran campanada de alarma que llamaba urgentemente a consevarlo mejor. Por ello decidí llevárselo a Alicia Zamora -tal vez la mejor restauradora de documentos en nuestro país- para que viera qué se podía hacer con aquel papel tan quebradizo como una hoja de otoño.
Doña Alicia actuó con su acostumbrado profesionalismo y al cabo de cierto tiempo me entregó un documento al que, de acuerdo el reporte que lo acompañaba, había hecho las siguientes operaciones:
-limpieza mecánica
-eliminación de cintas adhesivas
-tratamiento de hongos
-humectación con agente bactericida
-aplicación de un soporte auxiliar de papel japonés
-recuperación del plano (aplanado)
-equilibrio estético
-montaje de la obra en papel libre de ácido
También Doña Alicia me entregó un documento con vistas fotográficas de cómo lucía el documento antes de la operación y restauración y de cómo había quedado después. Es el siguiente:
Una vez restaurado el título, le tomé una foto en alta resolución como respaldo de seguridad. En esa foto corregí digitalmente la mayor parte de las imperfecciones que estaban fuera del alcance de cualquier restauración mecánica (tal foto -en versión de baja resolución- es la que aparece al principio de ésta entrada y al hacer click en ella se agranda en una vista más detallada). Por lo demás, llevé el título original a enmarcar a una de las mejores marqueterías de este país, la de Inés Gutiérrez (que da la casualidad es mi compañera, pero cuando digo que su marquetería es una de las mejores es porque lo pienso verdaderamente y no por interés creado… por algo el Museo de Arte Costarricense le ha confiado obras tan importantes como "El Portón Rojo").
Hoy, el título cuelga de un muro en mi oficina (esperando mejor destino) y ya enmarcado luce espectacular a pesar de las inevitables cicatrices que le quedaron. Pero creo que ellas van bien con la imagen que tengo de Don Joaquín, un hombre herido por mil y una circunstancias, pero que no se doblegó y cuya obra y figura hoy resplandecen más que nunca.
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