16.11.08

Ágape para un Maestro

Don Joaquín cena con destacados intelectuales costarricenses que festejan sus 75 años. En la foto vemos en primera fila a: Alfonso Ulloa, Carlos Duverrán, Don Joaquín, Gonzalo Dobles, José Basileo Acuña y Julián Marchena. En segunda fila a: Teodoro Martén, Carlos Luis Fallas, Arturo Echeverría Loría y Manuel Segura Méndez. En tercera fila a: Jorge Gallardo, Salvador Jiménez Canossa, Fabián Dobles, Manuel Picado y Carlos Luis Sáenz.

Llama la atención lo varonil del encuentro. No hay una sola mujer. Nótese el tapiz en el fondo, que representa una vista desde La Plaza San Marcos en Venecia. Impresiona también la elegancia de los trajes. A don Alfonso Ulloa lo vemos con un cigarrillo en la mano.

Si bien mi padre había indicado en una nota explicativa que esta imagen corresponde al festejo de los 75 años de don Joaquín (un 20 de enero), yo creo que puede haber un error material en la consignación de esa fecha, porque la firma de quien yo supongo fue el fotógrafo (Molina Alemán) viene acompañada de un año en que don Joaquín más bien estaría cumpliendo 77 años: 1958. Es decir, esta foto podría corresponder a su último cumpleaños. También podría interpretarse que sea únicamente la copia de la foto la que corresponde a ese año. No lo sabemos con certeza. Según la misma nota explicativa dejada por mi padre, ésta foto fue reproducida en la Revista Posdata Nº 69, del 8 de mayo de 1976.

Aprovecho la foto para aventurarme a hacer una digresión con la cual tal vez algunos no estén de acuerdo. Pero bueno, la lanzo así, con trazo grueso, para ver qué piensan… que para la libre discusión también están los blogs y particularmente éste.

Para mí la imagen presentada testimonia de una escena posiblemente usual en otras épocas, pero que en nuestros días es casi inimaginable: Un ágape para un Maestro. Vivimos una época de profundo descreimiento, de artero cinismo, una edad de oro para los ególatras. Hoy casi nadie se reconoce en una figura tutelar, en un mentor. Hemos oído decir a algunos por ahí, con el pecho inflado de orgullo, que no necesitan el consejo de ningún maestro o gurú (esas solas palabras ya suenan sospechosas); que no confían en ninguna escuela o estilo; que no se sienten parte de ningún linaje. Para muchos sería casi una vergüenza reconocer algo así y otros posiblemente dudarían en confesar, por temor a cierto comadreo, que han participado en una celebración como la que vemos en la foto. La frase “Yo soy mi propio maestro” se ha vuelto un leitmotiv cuasi publicitario. Nadie quiere oír consejo y mucho menos darlo, o si lo recibe o lo da, lo hace con mil precauciones. Una idea de la libertad muy singular se nos ha metido en las venas y creemos que la única experiencia valedera es la propia.

Tal vez esto ha ocurrido por efecto de un mundo donde todo se ha vuelto puro relativismo. Donde todas las certezas han caído una tras otra. Un mundo rudo. Un mundo violentamente alérgico a todo lo que, aún lejanamente, suene a academia, a pedagogía, a paternalismo, a tradición. Un mundo que olvidó ya la gracia modesta y cálida de los verdaderos maestros; el sabio consejo de los que forjaron su espíritu pacientemente, con incansable trabajo y que desinteresadamente lo pusieron al servicio de una causa común, de un noble ideal. ¿Cómo llegamos ahí? ¿Por qué caminos? ¿Cómo se agotó el incalculable crédito de aquellos mayores que verdaderamente merecían una inteligente devoción? ¿Cómo se fueron extinguiendo, sin legítima sucesión, esa raza de personalidades que causaban tanta admiración? No es que no las haya hoy día, pero todo parece indicar que no tardarán en desaparecer definitivamente. ¿Será éste el efecto de una cultura hiper-mediatizada pero por eso mismo paradójicamente deshumanizada y deshumanizante? ¿De una cultura bulliciosa que acalla la voz reposada de la verdadera sabiduría?

A pesar de este vuelco tan conveniente al egotismo contemporáneo, vivimos un mundo que no se puede decir que sea mejor que el suplantado… en todo caso, yo no lo puedo decir, lo cuál tampoco implica que piense aquello de que necesariamente todo pasado fue mejor. ¿Qué hemos ganamos y que hemos perdido, verdaderamente, con éste trueque?

Creo firmemente que don Joaquín fue un verdadero Maestro, un Maestro que supo dar su consejo unificando en su voz muchas voces, pero que también supo guardar silencio para dar a conocer mejor las ideas ajenas y estimular el debate. Hablando del profundo significado de su obra para la cultura continental, el escritor argentino Francisco Romero escribió en Cuadernos Americanos (otra gran revista cultural como lo fue Repertorio Americano): “Los sucesos de gran trascendencia no alcanzan su reconocimiento cuando se limitan a ser convicciones individuales dispersas, aunque por ventura fueran convicción privada de todos, tomados uno a uno. Es necesario que cada uno posea su propia convicción y conozca las de los demás, para que la verdad común obtenga la fuerza de un consenso y las opiniones singulares se robustezcan y corroboren las unas con las otras. Sólo así brota la sanción justiciera y general que pone las cosas en su sitio y permite el destaque y aprovechamiento del esfuerzo eminente” (en “Homenaje Continental a García Monge”, Cuadernos Americanos, Vol.LXVII, enero-febrero, 1953).

A través de su Repertorio don Joaquín fue catalizador para que brotara esa sanción, fue sobre todo él quien rindió ese “esfuerzo eminente”. De ahí su importancia y de ahí también que se le considere Maestro de Maestros. Sin embargo, mucho tememos que ésta sea una fórmula caduca, porque ya los verdaderos Maestros no sabemos dónde se esconden… ¿En la tumba acaso? Nos queda, al menos, el consuelo de encontrar su palabra en los libros, que todavía gozan de buena salud.

1 comentario:

Luis Fernando dijo...

Lo del reconocimiento al Maestro lo comparto plenamente. No escribo nada al respecto porque lo enredo. Lo que también narra a gritos esta foto es una costumbre ya en deshuso, de que cuando las personas se reunían para algo, los hombres y las mujeres lo hacían por separado. Al ver la foto pareciera que la celebración al Maestro era sólo masculina, pero yo estoy seguro que las esposas y compañeras estaban en otra sala, alejadas, porque ahi los importantes eran los hombres. Una forma de vivir que ahora nos parece extraña pero que estuvo vigente hasta hace muy poco tiempo y que sigue siendo la forma de comportarse de algunos grupos conservadores.